¡ PODEMOS!
Mis
queridos amigos, el pasado domingo, ante el monumento del Sagrado
Corazón de Jesús de San Juan de Aznalfarache, tuve la dicha de confesar a
un joven que dentro de unos días hará selectividad, vaya desde aquí un
aliento de ánimo a todos los estudiantes. El joven estaba nervioso y en
la conversación que mantuve con él en varias ocasiones dijo: ¡no puedo!,
¡no puedo!...
Después de intentar animarle y darle algunos consejos… me quedé
pensando que nosotros en muchas ocasiones decimos no puedo: No puedo
arreglar la situación en mi vida. No puedo hacer las paces con esa
persona. No puedo conseguir afrontar tal actividad. No puedo entenderme
con mi jefe, o con mis padres, o con mi hijos, o con mi pareja. No puedo
conseguir solucionar tal dificultad. No puedo vencer tal obstáculo que
me paraliza. No puedo aprobar tal examen. No puedo cambiar mi forma de
ser. No puedo dejar de fumar. No puedo conseguir vencer tal barrera….
Nuestras vidas están llenas de muchos “no puedo”. Decía Facundo Cabral
“no digas no puedo ni en broma, porque el inconsciente no tiene sentido
del humor, lo tomará en serio, y te lo recordará cada vez que lo
intentes” .
Un cristiano no puede decir no puedo, tiene que decir voy a intentarlo.
Un cristiano es aquel que afronta los retos desde la fe, desde la
certeza que, como decía San Ignacio de Loyola, “trabajaré como si todo
dependiera de mí y oraré como si todo dependiera de Dios”. Un cristiano
es aquel que confía, que lucha, que no tira la toalla, que afronta los
retos desde la positividad y desde el convencimiento de que, pase lo que
pase, lo ha intentado. Y eso no significa que el éxito esté asegurado,
pero al menos lo habremos intentado, con esperanza y fe. Decía Teresa
de Calcuta que la misión de un cristiano es la de intentarlo, siempre
intentarlo, no se puede decir no puedo. San Pablo es prototipo de ese si
puedo, él decía : “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” Fil 4,13.
Hay una historia de Jorge Bucay que me hizo mucho pensar, dice así:
“Cuando yo era pequeño me encantaban los circos, y lo que más me
gustaba de los circos eran los animales. Me llamaba especialmente la
atención el elefante que, como más tarde supe, era también el animal
preferido por otros niños. Durante la función, la enorme bestia hacía
gala de un peso, un tamaño y una fuerza descomunales... Pero después de
su actuación y hasta poco antes de volver al escenario, el elefante
siempre permanecía atado a una pequeña estaca clavada en el suelo con
una cadena que aprisionaba una de sus patas. Sin embargo, la estaca era
sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en
el suelo. Y, aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio
que un animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su fuerza, podría
liberarse con facilidad de la estaca y huir. El misterio sigue
pareciéndome evidente. ¿Qué lo sujeta entonces? ¿Por qué no huye?
Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de
los mayores. Pregunté entonces a un maestro, un padre o un tío por el
misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se
escapaba porque estaba amaestrado. Hice entonces la pregunta obvia: «Si
está amaestrado, ¿por qué lo encadenan?».
No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo,
olvidé el misterio del elefante y la estaca, y sólo lo recordaba cuando
me encontraba con otros que también se habían hecho esa pregunta alguna
vez.
Hace algunos años, descubrí que, por suerte para mí, alguien había sido
lo suficientemente sabio como para encontrar la respuesta:
El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca
parecida desde que era muy, muy pequeño. Cerré los ojos e imaginé al
indefenso elefante recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de
que, en aquel momento, el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de
soltarse. Y, a pesar de sus esfuerzos, no lo consiguió, porque aquella
estaca era demasiado dura para él. Imaginé que se dormía agotado y que
al día siguiente lo volvía a intentar, y al otro día, y al otro... Hasta
que, un día, un día terrible para su historia, el animal aceptó su
impotencia y se resignó a su destino.
Ese elefante enorme y poderoso que vemos en el circo no escapa porque,
pobre, cree que no puede. Tiene grabado el recuerdo de la impotencia que
sintió poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a
cuestionar seriamente ese recuerdo. Jamás, jamás intentó volver a poner a
prueba su fuerza... "
Todos somos un poco como el elefante del circo: vamos por el mundo
atados a cientos de estacas que nos restan libertad. Vivimos pensando
que «no podemos» hacer montones de cosas, simplemente porque una vez,
hace tiempo, cuando éramos pequeños, lo intentamos y no lo conseguimos.
Hicimos entonces lo mismo que el elefante, y grabamos en nuestra memoria
este mensaje: No puedo, no puedo y nunca podré. Hemos crecido llevando
ese mensaje que nos impusimos a nosotros mismos y por eso nunca más
volvimos a intentar liberarnos de la estaca. Cuando, a veces, sentimos
los grilletes y hacemos sonar las cadenas, miramos de reojo la estaca y
pensamos: No puedo y nunca podré.”
Jesús de Nazaret nos dice: “PODÉIS, CLARO QUE PODÉIS. Podéis ser
hombres nuevos, podéis vencer el mal, podéis empezar de nuevo, podéis
reconstruir el mundo e ilusionar a los demás, y vencer los obstáculos, y
romper las cadenas y afrontar el futuro, y mirar con ojos nuevos, y …
podéis, claro que podéis…. Podéis sembrar esperanza y hacerlo todo
nuevo, y afrontar nuevos retos, y poneros en camino. Podéis, claro que
podéis, podéis porque yo, el Señor, estoy a vuestro lado y siempre
estaré con vosotros”.
Podemos, no tengáis miedo. Buena semana a todos.
Adrián Sanabria
Fuente: http://www.archisevilla.org/
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