El próximo domingo, día 15 de diciembre, la iglesia celebra el domingo
Gaudete, o domingo de la alegría, alegría fundamentalmente por la
cercanía del gran acontecimiento de la Navidad.
La alegría debería ser la seña de identidad del cristiano. Y, sin
embargo, hay hermanos nuestros que arrastran una gran tristeza en su
vida. Ahí está, en torno a ello, la gran frase de Teresa de Ávila: “un
santo triste es un triste santo”. Es cierto que la vida presenta muchas
situaciones capaces de traer tristeza. Hay cuestiones como la pérdida de
un familiar, una enfermedad, o la crisis económica, que son fuente de
gran tristeza. Pero ahí, incluso en ello, hemos de estar atentos porque
la tristeza y la desesperanza continua son el origen, entre otras cosas,
de la depresión, la gran enfermedad de nuestro tiempo. Y sin negar la
realidad patológica de la depresión si hemos de tener en cuenta que,
precisamente, tener esperanza, incluso contra todo pronóstico, es la
mejor terapia. Y la alegría muy profunda, muy íntima, que surge de la fe
en Dios ayuda y mucho.
Decía el Papa Francisco en su reciente exhortación apostólica algo que
puede resultar sugerente: “El gran riesgo del mundo actual, con su
múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista
que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de
placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida
interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para
los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya
no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por
hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y
permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos,
quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése
no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu
que brota del corazón de Cristo” (EG 2). Cuanta razón tiene el Santo
Padre al decir que la falta de vida interior es causa de tristeza y
plenitud.
Estamos próximos a la Navidad, el Señor está cerca, Él es nuestra
alegría y esperanza, y no podemos consentir que todo el aparato
comercial nos diga que, la Navidad, es eso: comercio, compra, venta,
color, luz y sonido. ¡La Navidad es el amor de Dios en medio de
nosotros! Esa es la razón de nuestra alegría. Según avanza este tiempo
de adviento, mayor tendría que ser esa sensación. ¡El Señor está cerca!
Estamos contentos como, un padre, al pie de la estación de tren espera
el retorno de un hijo que le prometió su vuelta. Nos encontramos
inmersos en la sala de la alegría como un niño, en el patio del colegio,
espera la mano de la madre que le recoja con su mano. ¡Tenemos tantos
motivos para vivir y para alegrarnos en la vida! Sólo nos hace falta una
cosa: buscarlos.
El Adviento es una época, por si lo hemos olvidado para recuperarnos
espiritualmente. Para orientar las antenas de nuestra vida hacia Aquel
que viene: vino, viene y vendrá. ¿Nos damos cuenta? ¿No sentimos en el
interior una inquietud al saber que, Dios, es nuestra salvación?
Desgraciadamente no todo es así. Frecuentemente nos encontramos con
situaciones dramáticas. Con rostros conocidos y desconocidos sin ansias
de vivir o de seguir adelante. ¿Qué le ocurre a nuestro mundo que,
teniendo, le falta una sonrisa al rostro de sus gentes? ¿Qué le sucede a
nuestra sociedad que, prometiéndonos mucho, es incapaz luego de saciar o
de responder a las aspiraciones más profundas de la humanidad?
La próxima Navidad, el acontecimiento del nacimiento del Señor, ha de
contribuir a que recuperemos la alegría de vivir, a sentirnos más
hermanos. Y, cómo no, a embellecer nuestro corazón, nuestro interior con
todos esos colores que el evangelio nos propone. Quedarnos,
exclusivamente, en los tonos oscuros, negativos, negros o pesimistas que
salen a nuestro encuentro (guerras, televisión, prensa, radio,
enfermedades, injusticias…..) no es saludable. Tendremos que ser
conscientes de todo lo que acontece en el mundo pero sin perder la
alegría cristiana. Llevando a efecto nuestra generosidad con el manto de
la alegría.
Os invito a que hagáis vuestra la siguiente oración que nos dejaba Teresa de Calcuta:
Señor, renueva mi espíritu y dibuja en mi rostro sonrisas de gozo por la riqueza de tu bendición.
Que mis ojos sonrían diariamente por el cuidado y compañerismo de mi familia y de mi comunidad.
Que mi corazón sonría diariamente por las alegrías y dolores que compartimos.
Que mi boca sonría diariamente con la alegría y regocijo de tus trabajos.
Que mi rostro dé testimonio diariamente de la alegría que tú me brindas. Amén
Os aliento a estar felices, a sonreír, porque el Señor está cerca. Un abrazo a todos, no tengáis miedo.
Adrián Sanabria.
Fuente: http://www.archisevilla.org/
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